Con la misma facilidad con la que los sapos se convierten en príncipes azules en los cuentos de hadas, ella fue haciendo realidad cada uno de los sueños que comenzaron a gestarse en su corazón cuando era chica. Lo sabe, lo reconoce. Y lo disfruta al volver sobre sus propios pasos a la hora de señalar el inicio de sus proyectos y, en este caso, al rescatar algunas imágenes de su historia que, en más de una oportunidad a lo largo da charla, la harán lagrimear. Un guardapolvo con volados y unos patitos amarillos bordados en el frente; las clases de corte y confección que tomó en Uruguay; los vestidos que su hermana le cosía con las cortinas de su casa para que ella fuera a los castings; y, por sobre todas las cosas, un temperamento que la marcó desde chica y que aún hoy la impulsa casi como una fatalidad hacia nuevos caminos. Esos son sólo algunos de los antecedentes que Natalia Oreiro (30) enumera cuando habla de los sucesos que la llevaron a concretar, en sociedad con su hermana, Adriana(34), su nuevo proyecto: “Las Oreiro”, su propia línea de ropa femenina que desde hace un mes y medio vende en un local de Palermo.
Hoy, algo cansada por la energía que le demandó trabajar en este emprendimiento pero muy feliz por los resultados obtenidos, la actriz y cantante se toma unos minutos para descubrir la intimidad de lo que fue la puesta en marcha de su local de ropa, para hablar de las expectativas que abre este nuevo universo y también para animarse a pensar en la posibilidad de que las cosas no le salgan tan bien como ella espera. Entonces, la chica tan acostumbrada al éxito hace historia: “Me acuerdo de los años en que iba al jardín de infantes. Como siempre, iba a un colegio público donde todos los chicos usaban el típico delantal cuadrillé. En cambio yo iba vestida con un delantal de princesa, con diseños fruncidos, lleno de volados y con dos patitos amarillos bordados adelante que me hacía mi mamá. Abajo, me ponía un jogging que yo me arremangaba para que no se viera y quedara como un verdadero vestido. Por un lado, me sentía una princesa. Pero por otro, volvía a casa siempre cascoteada, porque los chicos no aceptan a los que son diferentes. Entonces, ellos me decían cosas, yo les tiraba cascotes y ellos me la devolvían. Así que volvía toda golpeada. Todavía tengo una cicatriz de uno de esos cascotazos”.
—¿Todo por los guardapolvos?
—No sé si sólo por eso. Yo era revoltosa, diferente, y algunos se copaban con eso y otros se enojaban. Los chicos son muy crueles.
—Sin embargo, usted considera esa experiencia como el germen del emprendimiento que hoy la hace tan feliz.
—Sí. Mi mamá tiene mucho que ver con esto. Por ahí no tenía plata para ir al cine pero cuando juntaba unos pesos compraba telas para cosernos a nosotras. Compraba un género escocés y, de repente, todo lo que teníamos se volvía escocés: las chaquetitas, los pantalones, las polleras, las camisas. Aprovechaba las ofertas. Mi hermana me lleva 4 años así que era la que más sufría, pobre. Tenemos todas las fotos de cuando éramos chicas vestidas con el mismo género. Y no era para seguir la moda. Era por una cuestión económica.
—Así que creció viendo coser a su madre.
—Y a mi abuela también. Cuando era chiquita yo jugaba con la Singer de ella y le hacía toda la ropa a las muñecas con géneros de muchos colores. Después, cuando yo tenía 12 y mi hermana 16, nos fuimos a estudiar corte y confección durante dos años. Ahí ya dibujábamos lo que queríamos hacer y decíamos que de grandes íbamos a ser diseñadoras de moda. Después yo empecé a trabajar como actriz y mi hermana me hacía ropa para que me presentara en los castings. Agarrábamos la cortina de casa, una lona a rayas, y hacíamos un corset, todo con cinta y una pollera con tul abajo, por ejemplo. Mi hermana me ayudaba a coser y yo siempre aparecía disfrazada.
—¿Y cuándo fue que el sueño tomó forma de proyecto?
—Me vine para Buenos Aires y mi hermana se radicó en México. Ella siempre estuvo relacionada con la moda. Estudió diseño y el día que se recibió la llamé y le propuse cumplir nuestro sueño. Eso fue hace dos años. Yo internamente ya en cada personaje que hacía le ponía mucho de diseño. El look lo armaba yo y siempre estaba directamente relacionada con el vestuario. Elegíamos la ropa juntos y mucha de la ropa que usaba era mía. Para las fiestas, me los mandaba a hacer yo como quería.
—Pero también siempre le gustó comprar diseños exclusivos afuera.
—Algunos, pero la mayor parte me la mandaba a hacer. Entonces, sigo. Cuando le propuse hacer juntas “Las Oreiro” mi hermana casi se desmaya. Hace poco se vino para Buenos Aires mientras su marido va y viene porque es publicitario y tiene una agencia en México. En el medio de todo, nació Mía, la hija de mi hermana, y en febrero montamos nuestro taller en Chacarita. Ahora tenemos como 10 o 12 personas trabajando ahí, y 5 o 6 en el local. Con mi hermana trabajamos en todo. Diseñamos juntas y nos fuimos a Brasil a elegir telas. Fuimos con una carpeta de prensa para que la gente entendiera el proyecto, porque no queríamos usar telas que después encontráramos en muchas otras casas. Importamos algunas; otras, las mandamos a estampar. Pero como todo lo hacemos en muy poca cantidad, solo 8 o 10 vestidos o tapados, fue difícil conseguir esas telas en pequeñas cantidades porque toda esa gente vende al por mayor. Pero todos, aunque al principio tenían un poco de miedo, se terminaban entusiasmando con el proyecto. Después vino la decoración del local. Me recorrí toda la ciudad buscando antigüedades, pintando el local como una obrera más. Quería estar en cada detalle. Y el local es un reflejo mío y de mi hermana, que somos muy parecidas.
—¿Este emprendimiento fue una manera de capitalizar toda su historia? La popularidad de su nombre, su imagen y, también, todo el dinero que ganó como actriz y cantante.
—Lo que más rescato de este emprendimiento es el reencuentro con mi hermana. Me fui de Uruguay a los 16 o 17 años y, de alguna manera, si bien me mantuve en contacto con mi familia nunca volví a tener con Adriana una relación de hermanas. Y ahora estamos las 24 horas del día juntas y nos llevamos genial. Coincidimos en todo. Nunca me había pasado. Cuando éramos chicas nos peleábamos mucho, pero ahora descubrimos que en este tema nos complementamos a la perfección, coincidimos y nos llevamos bárbaro. Yo soy más loca, más estrafalaria en los colores y ella, mucho más fina. Entonces, la conjunción de las dos hace que haya ropa para todos los gustos. Mi hermana es muy talentosa. La admiro mucho.
—¿Les costó recuperar la intimidad, la complicidad?
—Nada. Todo fue muy rápido. Tenemos más intimidad y más complicidad que nunca. Porque en mi hermana encontré a una amiga.
—¿La extrañaba?
—Sí, mucho. Recién ahora me doy cuento la extrañaba. Ahora me muero si me falta. Siempre seguí adelante yo sola y ahora que la tengo a ella me doy cuenta de todo lo que no tuve, de lo que me faltó. Eso es lo más lindo. Después, lo que tiene que ver con la parte creativa, con la moda, lo tomo como algo artístico. Tanto que yo me siento realizada cuando puedo vestir a otro más que cuando me visto yo. Eso me pasó desde siempre.
—Desde que se convirtió en un personaje público, su sello a la hora de elaborar su look fue la originalidad. ¿No siente que ahora que tanta gente usará su ropa y copiará su estilo perderá eso que tanto quería y la hacía sentir orgullosa?
—No, me encanta. Porque sé que aunque muchos se pongan lo mismo, cada uno tiene un estilo. Hasta ahora vi a mujeres muy distintas con mi ropa y cada una le imprimió su sello personal. Vestí a Elenora Balcarce, a Leticia Bredice. Hasta le llevé una camperita a Susana (Gimenez)y, cuando se la puso, casi me largo a llorar. Me salió la parte medio cholula que también tengo.
—¿También disfruta cuando su ropa la lleva alguien a quien no le queda bien?
—Mirá, sé que mi ropa la va a comprar gente que no tiene el cuerpo de una actriz o una modelo. Y eso lo pensamos con Adriana cuando decidimos poner una chocolatería adentro del local. Todos me decían que era absurdo, que la gente iba a pensar que si comía chocolates no iba a entrar en los vestidos. Pero nosotras queremos hacer ropa para mujeres con curvas, que quieran disfrutar de la vida. Y no necesariamente hay que ser un palo para que la ropa te quede bien. Me parece que justamente los defectos hacen más bellas a las personas porque las hacen distintas. El otro día en el local había una chica muy caderona probándose un vestido de raso muy ajustado. Y mirá que tenía un pan dulce generoso, pero igual estaba chocha mostrándole a la amiga su cola apretada. Y yo me la quedé mirando escondida, para que no se inhibiera, porque me parecía genial. A nosotras nos gusta el estilo de mujer de los años ‘50, con muchas curvas. Apuntamos a la mujer común.
—Pero entre las mujeres comunes también están aquellas a las que sus diseños les quedan definitivamente mal.
—Eso depende del ojo de quien lo mire. La belleza es subjetiva, difiere entre una persona y otra. Y eso está buenísimo.
—Usted siempre dijo que, al enfrentar un desafío, la posibilidad de fracasar no la asustaba. Pero, en este caso, invirtió mucho dinero de su patrimonio personal. ¿No le preocupa un poco más pensar que puede no irle bien?
—Pero cuando hago una película también estoy invirtiendo. Y estoy invirtiendo algo mucho más costoso que mi dinero: mi credibilidad. Si la pierdo, es mucho más difícil de recuperar. Quizás en una película no pierda económicamente pero comercialmente me siento afectada si el proyecto no funciona. Pero yo no me fijo en el resultado de un proyecto, me fijo si me late en el corazón. Y, por lo general, cuando las cosas me laten mucho, a la larga me termino sintiendo reconocida. Aun en los proyectos en los que no he tenido un éxito al 100 por ciento me sentí valorada en algún aspecto. A mí me gusta hacer cosas que me vayan a modificar. No me gusta repetirme en ningún plano, no me gusta lo seguro. Ni en lo profesional ni en lo personal. Siempre traté de hacer las cosas al límite y lo que para muchos es una locura para mí es un desafío. Y eso me gusta. No me importa si me critican. Por supuesto, prefiero que digan cosas lindas. Pero nunca apunto a un resultado seguro. Siempre apunté a lo nuevo, a sorprenderme, a crecer y a cumplir mis sueños. Pasan los años y yo siento que voy cumpliendo con todas las cosas que cuando era chiquita soñaba que iba a hacer. Yo soñaba desde ser Marilyn Monroe hasta ser Valentino. Y si bien no soy ni Marilyn ni Valentino, en un punto puedo jugar a que lo soy.
—Dice que muchos la apoyaron. ¿Cuánto hizo Ricardo Mollo, su marido, por este proyecto?
—Hizo mucho en todo. Primero, me bancó. Porque este año parecía que iba a ser más tranquilo, pero lo engañé. Pobre santo... Me tiene mucha paciencia, ya sabe que soy así. Me encanta trabajar y me gustan las cosas nuevas. Y cuando algo es nuevo uno le pone todo. Y él colabora porque yo le pido opinión en todo. Inclusive, aunque no tenga ni idea de moda.
—Hasta se lo vio en algunas fotos trasladando percheros con ropa en su camioneta.
—Sí. Y me acompañó a comprar muebles antiguos. La verdad es que tengo mucho que agradecerle.
Desde que hizo de su sueño una empresa, Natalia dibuja sus bocetos en el taller que tiene en Chacarita. Le gusta hacerlo. Aunque con cierto criterio autocrítico dice que sus dibujos no son buenos. “Mi hermana dibuja tan bien... En cambio, yo hago todas Olivias flacuchas, con cara de pajarracos. Igual, tengo buenas ideas”, dice. Y, en seguida, habla de sus fuentes de inspiración: “Me gustan mucho los dibujos animados y sus colores vivos, los comics, las heroínas de ciencia ficción. Por eso será que creo que nuestra ropa es para chicas valientes, audaces, pícaras, divertidas y simpáticas”. Además, se confiesa una gran consumidora de moda “desde siempre”. Le gustan las revistas de moda y es habitual verla recorrer ferias americanas de donde, muchas veces, rescataba ideas de los años ’60 para hacer su propia ropa y, ahora, para llevar diseños con aire retro a su local.
A Natalia le encanta salir a comprarse ropa. Aunque desde hace unos meses sólo pasa por el local de “Las Oreiro”. “El otro día fui a buscarme un vestido y mi hermana me dijo que en ese modelo ya no quedaba nada de mi talle. ¿Pero qué pasa?, le dije. ¿Ahora tengo que ir a comprarme ropa a otro lado?”, cuenta Oreiro con humor, al tiempo que asegura que no es “marquera” pero que le gustan los grandes diseñadores como Moschino, Lanvin, Jean Paul Gaultier y John Galliano. “Y soy fanática de Valentino y el color rojo. Amo el rojo”, dice.
—¿Se permite la debilidad de dejarse tentar y gastar más de lo que puede?
—Siempre me justifico. Digo: ‘Lo necesito para mi carrera’. Tengo un vestidor enorme, gigante. Y hace seis meses que estoy haciéndome uno. Saqué un baño, un balcón y un cuarto de depósito para hacer de todos esos ambientes un vestidor. Igual, hace seis meses que lo estoy haciendo porque la obra se demoró más de la cuenta. Y como mi casa es de estilo y se ve desde afuera, tuve que hacer reconstrucción de época. Y eso me llevo mucho tiempo. Igual, ya tengo otro vestidor en casa.
—¿Para quién se viste?
—Para mí.
—¿Y para su marido? ¿Qué hace si él le dice que lo que se puso no le gusta?
—A él le gusta todo. Yo le pregunto, claro. Pero a él siempre le gusta. Igual, es verdad que a todas nos pesa la opinión del hombre. Discrepo un poco con eso que dicen que las mujeres nos vestimos para las mujeres.
—¿Entonces?
—Me visto para mí. No me importa si lo que me pongo está de moda. Yo empecé a usar colores cuando no se usaban y muchos me veían como un mamarracho. Ahora lo aceptan más porque está de moda. Pero para mí los colores tienen que ver con el estado de ánimo. Me gusta ponerme rojo, amarillo, verde. Pero siempre escucho la opinión de mi pareja.
—No se viste para los demás pero le gustaría que su ropa fuera aceptada por muchos. ¿O prefiere que su marca sea exclusiva, sólo para unos pocos elegidos?
—De cada modelo hacemos dos unidades por talle y hay tres o cuatro tamaños. Así que popular, popular, no va a ser nunca porque hacemos muy pocos vestidos.
—¿Y por los precios?
—No, por eso no. ¿Viste los precios que tenemos?
—Un piloto, más de 700 pesos.
—¿Y cuánto sale un piloto? ¿Viste los precios de otras casas de Palermo? Nosotros traemos las telas de afuera, producimos en poca cantidad. Eso tiene un costo.
—En algún momento se le pidió que se defina como actriz o como cantante. ¿Hoy se siente empresaria o diseñadora?
—Empresaria no soy. Si hubiera pensado esto como una empresa podría haber sumado socios al emprendimiento. En cambio, preferí invertir mi propio dinero para que sea MI proyecto. No pensé cuánta plata iba a ganar. Sólo espero que funcione económicamente para que pueda sustentarse. Si hubiera pensado con cabeza de empresaria probablemente hubiera abierto un local en un shopping. Y no quiero masificar la marca. No quiero. Eso me exigiría un tiempo que no tengo y mi carrera de cantante y actriz me importa mucho.
—¿Y su carrera de diseñadora?
—Diseñar es como un juego para mí. Me da no sé qué decir que soy diseñadora, no lo siento así. Hago lo que me gusta. Mi hermana sí lo es. La verdad es que no me siento ni diseñadora ni empresaria.
—¿Entonces cómo se definiría?
—Con todo lo que me gusta hacer diría que me definiría como artista de variedades. O como mujer orquesta. Esa también es una buena opción.
—¿Todo por los guardapolvos?
—No sé si sólo por eso. Yo era revoltosa, diferente, y algunos se copaban con eso y otros se enojaban. Los chicos son muy crueles.
—Sin embargo, usted considera esa experiencia como el germen del emprendimiento que hoy la hace tan feliz.
—Sí. Mi mamá tiene mucho que ver con esto. Por ahí no tenía plata para ir al cine pero cuando juntaba unos pesos compraba telas para cosernos a nosotras. Compraba un género escocés y, de repente, todo lo que teníamos se volvía escocés: las chaquetitas, los pantalones, las polleras, las camisas. Aprovechaba las ofertas. Mi hermana me lleva 4 años así que era la que más sufría, pobre. Tenemos todas las fotos de cuando éramos chicas vestidas con el mismo género. Y no era para seguir la moda. Era por una cuestión económica.
—Así que creció viendo coser a su madre.
—Y a mi abuela también. Cuando era chiquita yo jugaba con la Singer de ella y le hacía toda la ropa a las muñecas con géneros de muchos colores. Después, cuando yo tenía 12 y mi hermana 16, nos fuimos a estudiar corte y confección durante dos años. Ahí ya dibujábamos lo que queríamos hacer y decíamos que de grandes íbamos a ser diseñadoras de moda. Después yo empecé a trabajar como actriz y mi hermana me hacía ropa para que me presentara en los castings. Agarrábamos la cortina de casa, una lona a rayas, y hacíamos un corset, todo con cinta y una pollera con tul abajo, por ejemplo. Mi hermana me ayudaba a coser y yo siempre aparecía disfrazada.
—¿Y cuándo fue que el sueño tomó forma de proyecto?
—Me vine para Buenos Aires y mi hermana se radicó en México. Ella siempre estuvo relacionada con la moda. Estudió diseño y el día que se recibió la llamé y le propuse cumplir nuestro sueño. Eso fue hace dos años. Yo internamente ya en cada personaje que hacía le ponía mucho de diseño. El look lo armaba yo y siempre estaba directamente relacionada con el vestuario. Elegíamos la ropa juntos y mucha de la ropa que usaba era mía. Para las fiestas, me los mandaba a hacer yo como quería.
—Pero también siempre le gustó comprar diseños exclusivos afuera.
—Algunos, pero la mayor parte me la mandaba a hacer. Entonces, sigo. Cuando le propuse hacer juntas “Las Oreiro” mi hermana casi se desmaya. Hace poco se vino para Buenos Aires mientras su marido va y viene porque es publicitario y tiene una agencia en México. En el medio de todo, nació Mía, la hija de mi hermana, y en febrero montamos nuestro taller en Chacarita. Ahora tenemos como 10 o 12 personas trabajando ahí, y 5 o 6 en el local. Con mi hermana trabajamos en todo. Diseñamos juntas y nos fuimos a Brasil a elegir telas. Fuimos con una carpeta de prensa para que la gente entendiera el proyecto, porque no queríamos usar telas que después encontráramos en muchas otras casas. Importamos algunas; otras, las mandamos a estampar. Pero como todo lo hacemos en muy poca cantidad, solo 8 o 10 vestidos o tapados, fue difícil conseguir esas telas en pequeñas cantidades porque toda esa gente vende al por mayor. Pero todos, aunque al principio tenían un poco de miedo, se terminaban entusiasmando con el proyecto. Después vino la decoración del local. Me recorrí toda la ciudad buscando antigüedades, pintando el local como una obrera más. Quería estar en cada detalle. Y el local es un reflejo mío y de mi hermana, que somos muy parecidas.
—¿Este emprendimiento fue una manera de capitalizar toda su historia? La popularidad de su nombre, su imagen y, también, todo el dinero que ganó como actriz y cantante.
—Lo que más rescato de este emprendimiento es el reencuentro con mi hermana. Me fui de Uruguay a los 16 o 17 años y, de alguna manera, si bien me mantuve en contacto con mi familia nunca volví a tener con Adriana una relación de hermanas. Y ahora estamos las 24 horas del día juntas y nos llevamos genial. Coincidimos en todo. Nunca me había pasado. Cuando éramos chicas nos peleábamos mucho, pero ahora descubrimos que en este tema nos complementamos a la perfección, coincidimos y nos llevamos bárbaro. Yo soy más loca, más estrafalaria en los colores y ella, mucho más fina. Entonces, la conjunción de las dos hace que haya ropa para todos los gustos. Mi hermana es muy talentosa. La admiro mucho.
—¿Les costó recuperar la intimidad, la complicidad?
—Nada. Todo fue muy rápido. Tenemos más intimidad y más complicidad que nunca. Porque en mi hermana encontré a una amiga.
—¿La extrañaba?
—Sí, mucho. Recién ahora me doy cuento la extrañaba. Ahora me muero si me falta. Siempre seguí adelante yo sola y ahora que la tengo a ella me doy cuenta de todo lo que no tuve, de lo que me faltó. Eso es lo más lindo. Después, lo que tiene que ver con la parte creativa, con la moda, lo tomo como algo artístico. Tanto que yo me siento realizada cuando puedo vestir a otro más que cuando me visto yo. Eso me pasó desde siempre.
—Desde que se convirtió en un personaje público, su sello a la hora de elaborar su look fue la originalidad. ¿No siente que ahora que tanta gente usará su ropa y copiará su estilo perderá eso que tanto quería y la hacía sentir orgullosa?
—No, me encanta. Porque sé que aunque muchos se pongan lo mismo, cada uno tiene un estilo. Hasta ahora vi a mujeres muy distintas con mi ropa y cada una le imprimió su sello personal. Vestí a Elenora Balcarce, a Leticia Bredice. Hasta le llevé una camperita a Susana (Gimenez)y, cuando se la puso, casi me largo a llorar. Me salió la parte medio cholula que también tengo.
—¿También disfruta cuando su ropa la lleva alguien a quien no le queda bien?
—Mirá, sé que mi ropa la va a comprar gente que no tiene el cuerpo de una actriz o una modelo. Y eso lo pensamos con Adriana cuando decidimos poner una chocolatería adentro del local. Todos me decían que era absurdo, que la gente iba a pensar que si comía chocolates no iba a entrar en los vestidos. Pero nosotras queremos hacer ropa para mujeres con curvas, que quieran disfrutar de la vida. Y no necesariamente hay que ser un palo para que la ropa te quede bien. Me parece que justamente los defectos hacen más bellas a las personas porque las hacen distintas. El otro día en el local había una chica muy caderona probándose un vestido de raso muy ajustado. Y mirá que tenía un pan dulce generoso, pero igual estaba chocha mostrándole a la amiga su cola apretada. Y yo me la quedé mirando escondida, para que no se inhibiera, porque me parecía genial. A nosotras nos gusta el estilo de mujer de los años ‘50, con muchas curvas. Apuntamos a la mujer común.
—Pero entre las mujeres comunes también están aquellas a las que sus diseños les quedan definitivamente mal.
—Eso depende del ojo de quien lo mire. La belleza es subjetiva, difiere entre una persona y otra. Y eso está buenísimo.
—Usted siempre dijo que, al enfrentar un desafío, la posibilidad de fracasar no la asustaba. Pero, en este caso, invirtió mucho dinero de su patrimonio personal. ¿No le preocupa un poco más pensar que puede no irle bien?
—Pero cuando hago una película también estoy invirtiendo. Y estoy invirtiendo algo mucho más costoso que mi dinero: mi credibilidad. Si la pierdo, es mucho más difícil de recuperar. Quizás en una película no pierda económicamente pero comercialmente me siento afectada si el proyecto no funciona. Pero yo no me fijo en el resultado de un proyecto, me fijo si me late en el corazón. Y, por lo general, cuando las cosas me laten mucho, a la larga me termino sintiendo reconocida. Aun en los proyectos en los que no he tenido un éxito al 100 por ciento me sentí valorada en algún aspecto. A mí me gusta hacer cosas que me vayan a modificar. No me gusta repetirme en ningún plano, no me gusta lo seguro. Ni en lo profesional ni en lo personal. Siempre traté de hacer las cosas al límite y lo que para muchos es una locura para mí es un desafío. Y eso me gusta. No me importa si me critican. Por supuesto, prefiero que digan cosas lindas. Pero nunca apunto a un resultado seguro. Siempre apunté a lo nuevo, a sorprenderme, a crecer y a cumplir mis sueños. Pasan los años y yo siento que voy cumpliendo con todas las cosas que cuando era chiquita soñaba que iba a hacer. Yo soñaba desde ser Marilyn Monroe hasta ser Valentino. Y si bien no soy ni Marilyn ni Valentino, en un punto puedo jugar a que lo soy.
—Dice que muchos la apoyaron. ¿Cuánto hizo Ricardo Mollo, su marido, por este proyecto?
—Hizo mucho en todo. Primero, me bancó. Porque este año parecía que iba a ser más tranquilo, pero lo engañé. Pobre santo... Me tiene mucha paciencia, ya sabe que soy así. Me encanta trabajar y me gustan las cosas nuevas. Y cuando algo es nuevo uno le pone todo. Y él colabora porque yo le pido opinión en todo. Inclusive, aunque no tenga ni idea de moda.
—Hasta se lo vio en algunas fotos trasladando percheros con ropa en su camioneta.
—Sí. Y me acompañó a comprar muebles antiguos. La verdad es que tengo mucho que agradecerle.
Desde que hizo de su sueño una empresa, Natalia dibuja sus bocetos en el taller que tiene en Chacarita. Le gusta hacerlo. Aunque con cierto criterio autocrítico dice que sus dibujos no son buenos. “Mi hermana dibuja tan bien... En cambio, yo hago todas Olivias flacuchas, con cara de pajarracos. Igual, tengo buenas ideas”, dice. Y, en seguida, habla de sus fuentes de inspiración: “Me gustan mucho los dibujos animados y sus colores vivos, los comics, las heroínas de ciencia ficción. Por eso será que creo que nuestra ropa es para chicas valientes, audaces, pícaras, divertidas y simpáticas”. Además, se confiesa una gran consumidora de moda “desde siempre”. Le gustan las revistas de moda y es habitual verla recorrer ferias americanas de donde, muchas veces, rescataba ideas de los años ’60 para hacer su propia ropa y, ahora, para llevar diseños con aire retro a su local.
A Natalia le encanta salir a comprarse ropa. Aunque desde hace unos meses sólo pasa por el local de “Las Oreiro”. “El otro día fui a buscarme un vestido y mi hermana me dijo que en ese modelo ya no quedaba nada de mi talle. ¿Pero qué pasa?, le dije. ¿Ahora tengo que ir a comprarme ropa a otro lado?”, cuenta Oreiro con humor, al tiempo que asegura que no es “marquera” pero que le gustan los grandes diseñadores como Moschino, Lanvin, Jean Paul Gaultier y John Galliano. “Y soy fanática de Valentino y el color rojo. Amo el rojo”, dice.
—¿Se permite la debilidad de dejarse tentar y gastar más de lo que puede?
—Siempre me justifico. Digo: ‘Lo necesito para mi carrera’. Tengo un vestidor enorme, gigante. Y hace seis meses que estoy haciéndome uno. Saqué un baño, un balcón y un cuarto de depósito para hacer de todos esos ambientes un vestidor. Igual, hace seis meses que lo estoy haciendo porque la obra se demoró más de la cuenta. Y como mi casa es de estilo y se ve desde afuera, tuve que hacer reconstrucción de época. Y eso me llevo mucho tiempo. Igual, ya tengo otro vestidor en casa.
—¿Para quién se viste?
—Para mí.
—¿Y para su marido? ¿Qué hace si él le dice que lo que se puso no le gusta?
—A él le gusta todo. Yo le pregunto, claro. Pero a él siempre le gusta. Igual, es verdad que a todas nos pesa la opinión del hombre. Discrepo un poco con eso que dicen que las mujeres nos vestimos para las mujeres.
—¿Entonces?
—Me visto para mí. No me importa si lo que me pongo está de moda. Yo empecé a usar colores cuando no se usaban y muchos me veían como un mamarracho. Ahora lo aceptan más porque está de moda. Pero para mí los colores tienen que ver con el estado de ánimo. Me gusta ponerme rojo, amarillo, verde. Pero siempre escucho la opinión de mi pareja.
—No se viste para los demás pero le gustaría que su ropa fuera aceptada por muchos. ¿O prefiere que su marca sea exclusiva, sólo para unos pocos elegidos?
—De cada modelo hacemos dos unidades por talle y hay tres o cuatro tamaños. Así que popular, popular, no va a ser nunca porque hacemos muy pocos vestidos.
—¿Y por los precios?
—No, por eso no. ¿Viste los precios que tenemos?
—Un piloto, más de 700 pesos.
—¿Y cuánto sale un piloto? ¿Viste los precios de otras casas de Palermo? Nosotros traemos las telas de afuera, producimos en poca cantidad. Eso tiene un costo.
—En algún momento se le pidió que se defina como actriz o como cantante. ¿Hoy se siente empresaria o diseñadora?
—Empresaria no soy. Si hubiera pensado esto como una empresa podría haber sumado socios al emprendimiento. En cambio, preferí invertir mi propio dinero para que sea MI proyecto. No pensé cuánta plata iba a ganar. Sólo espero que funcione económicamente para que pueda sustentarse. Si hubiera pensado con cabeza de empresaria probablemente hubiera abierto un local en un shopping. Y no quiero masificar la marca. No quiero. Eso me exigiría un tiempo que no tengo y mi carrera de cantante y actriz me importa mucho.
—¿Y su carrera de diseñadora?
—Diseñar es como un juego para mí. Me da no sé qué decir que soy diseñadora, no lo siento así. Hago lo que me gusta. Mi hermana sí lo es. La verdad es que no me siento ni diseñadora ni empresaria.
—¿Entonces cómo se definiría?
—Con todo lo que me gusta hacer diría que me definiría como artista de variedades. O como mujer orquesta. Esa también es una buena opción.
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