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miércoles, 12 de marzo de 2008

El último abrazo con Jorge

La última vez que nos vimos fue una tarde de principios de diciembre. Fue en las oficinas de su abogado. Un lugar que no era común entre nosotros. Pero en los últimos años estábamos distanciados. Por una tercera persona. Por una estupidez mía. Por una tozudez de él. Por lo que sea.

Pero Jorge estaba muy enfermo y tuvo la generosidad de terminar con cualquier problema. Me convocaron porque él no quería partir con cuentas pendientes. Era un secreto a voces que estaba muy enfermo. Lo sentí apenas lo vi. La maldita enfermedad se había ensañado con él. Físicamente, nada más.

Porque en el abrazo reconciliador que nos dimos lo percibí como siempre. Fuerte en su debilidad. Hablamos un segundo nada más de su estado de salud. Me contó más con la mirada que con las palabras todo el dolor que había pasado. "No sabes lo que es un derrame de pleura", me dijo como si pudiera transmitirme algo tan personal como todas sus penurias. Para que lo entendiera.

Sólo lo miré a los ojos y apenas escuché, en susurros lo que me decía. Sólo así lo pude entender. En esa mirada cansada. Pero después hablamos de su gran pasión: la televisión.

Mientras nuestros abogados hablaban de vericuetos legales, nosotros dos charlamos como la primera vez. Como aquella noche en mi casamiento. O cuando me invitó como columnista a su emblemático Peor es Nada.

Ahí no se le notaba la enfermedad. Volvía el petiso apasionado, que le interesaba todo lo que pasaba en este bendito y maldito ambiente. Hablamos de nuestros hijos. De nuestra familia. Si hasta hacía planes de pasar los meses cálidos aquí y los fríos en su casa de Miami.

"Tengo que evitar el frió", me decía intentando marcar todo con una sonrisa cansada... Nos reprochamos cosas. Le pedí perdón. No me dio vergüenza. Me dio alivio. Nos volvimos a dar un abrazo. Juró que cuando me fui y cruce la Plaza San Martín me acompañó la sensación que había sido una despedida. Aunque nos negáramos a asumir lo que le pasaba. A apostar que Jorge iba otra vez a salir adelante.

En los últimos días la sensación de que todo se terminaba era muy fuerte. Todos estábamos pendiente de él. Y él estaba dependiendo de que su ida se concretara con dignidad. No hablaba de su enfermedad. No quería dar lástima.

Hace dos días, su familia le pidió a los movileros y los fotógrafos que levantaran las guardias. Casi no hizo falta preguntar qué hacer. Se bajaron los micrófonos y las cámaras en señal de respeto. Muy temprano me llamaron y me lo dijeron. No podía creer lo que ya sabíamos que, lamentablemente, iba a pasar.

Inmediatamente volvió a mi cabeza esa imagen de ese anochecer en una oficina con vista a la Plaza San Martín. De un hombre digno, que no quería partir con enojos ni cuentas pendientes. Que quería despedirse como atravesó esta vida. Con talento. Con dignidad.

Ahora vamos a recordar todo lo que hizo. Lo difícil será imaginar los medios sin Jorge Guinzburg. Podría elegir cualquiera de sus trabajos. Me quedo con ese último abrazo de reconciliación. Así lo voy a recordar. Como el tipo capaz de no guardar rencores.

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