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domingo, 9 de marzo de 2008

Con Ova deseamos un hijo varón

En la Isla de Caras, Catherine Fulop (42) siente en la piel un aire familiar que la transporta a su Caracas natal. Las raíces de sus orígenes calan hondo en su alma y hasta la dulzura del mango tiene la maravillosa propiedad de despertar los recuerdos de una juventud de ningún modo perdida. Un sabor que la transporta a esa ciudad que abandonó hace quince años, cuando decidió mudarse a la Argentina para concretar su sueño de actriz. Distintos testimonios escritos y publicados en diarios y revistas fueron testigos de su vida desde ese entonces. Apenas un resumen: Se casó en 1994, con Ova Sabatini, hermano de la tenista Gabriela Sabatini, y con él formó una familia con dos “princesas”, Oriana y Tiziana.
En Angra dos Reis, la actriz participó de la novena edición de la tradicional regata de la isla de Caras, que reunió a más de 150 embarcaciones. En ese marco, esta señora de las cuatro décadas, con exquisitos y enérgicos condimentos de chica de 20, admitió haber encontrado la serenidad en la madurez. Una serenidad que emparienta con otro término: libertad. Es así como la actriz descubrió, después de más de veinte años de carrera, el éxito en la autogestión de sus proyectos. Con la ayuda de su marido en el papel de productor, el año pasado estrenó “Educando a Rita”, obra que se destacó en las carteleras porteñas durante fines de 2007 y comienzos de 2008, y que figura entre las cuatro más vistas de la temporada de Mar del Plata. Todo un logro para esta venezolana de 43 años, que se reparte entre su papel de actriz, madre y esposa, y aún mantiene viva la ilusión de ser madre nuevamente.
—¿Cómo enfrenta el comienzo de año?
—Trabajando mucho con la temporada en Mar del Plata y en Buenos Aires. Vengo de un año exigido en el que me pasaron muchas cosas que, hoy por hoy, estoy pagando. Me doy cuenta de que abusé de mi cuerpo y de mi mente. Uno de mis puntos débiles es la voz y ahora me tengo que operar de un nódulo en las cuerdas vocales. Tiene que ver con la acumulación de cansancio y el no haber podido tomar clases de canto. Tanto “Cathy, Cathy, Cathy, Cathy!”… (dice Fulop haciendo referencia al cántico que se hizo popular a partir de su paso por “Bailando por un sueño”) me mató la voz la ‘gritadera’. Ahora ya no grito más porque soy una chica seria (risas). Además, tengo una cervicobraquialgia (hernias en las vértebras cervicales), originadas por mi participación en el programa de (Marcelo) Tinelli. Igual, continúo haciendo teatro todos los días, entre Buenos Aires y Mar del Plata.
—¿Con qué va a sorprender en 2008?
—Ahora estoy por empezar de nuevo “Catherine 100%” y voy a volver a hacer ejercicios físicos por TV. También tengo otras propuestas. Me llamaron para una ficción y me ofrecieron la conducción de “Tendencia”. Y, en el teatro, con “Educando a Rita” es como si empezáramos una obra nueva, porque Mario Pasik va a reemplazar a Víctor Laplace, en el papel protagónico. Como actriz, para mí será muy interesante. Aunque me siento presionada en un punto, porque debo volver a ensayar algo que tengo súper preparado desde antes de septiembre. Y tener que empezar de cero y adecuarme a otro compañero, es una gran demanda. A todo eso se suma el comienzo de las clases y la compra de útiles escolares para mis hijas.
—Todo sin descuidar su papel de madre.
—Ni el de esposa ni amiga. Trato de cumplir todos los papeles sin descuidar ninguno de ellos. Muchas veces a los que más descuido es a mis amigos, porque dejo de hacer vida social. Por ejemplo, ahora me propuse no hacer vida social, por exigencia de mi profesora de canto. Por la voz y el reposo obligado que debo hacer. Es que yo tengo mi vida de madre que me obliga a levantarme a las ocho de la mañana, cuando muchas veces me acuesto a las cuatro. Además de hacer mis ejercicios diarios y cumplir con otros compromisos. Todas esas obligaciones me dejan agotada.
—Sin embargo, sobre el escenario sigue con su misma energía de siempre.
—Tiene que ver con mi energía. No me quejo, porque no podría ser de otra manera. Soy muy exigente en todos los aspectos de mi vida. Aunque sé que no existe, busco la perfección.
—¿Vive en forma vertiginosa?
—La perspectiva de la vida te cambia con los años. Antes me tiraba de la montaña rusa y me acuerdo que levantaba los brazos y casi me salía del carrito para sentir el vértigo de la vida. A los 20 me quería llevar el mundo por delante. A los 40 me subo a una montaña rusa, y tengo miedo a morir. Hoy no quiero ese vértigo, sino otro tipo de vértigo.
—¿Encontró serenidad en la madurez?
—La madurez me dio serenidad. Pero me cuesta controlar mi energía. Y por momentos creo que soy invencible. Además, no consumo medicamentos. Pero bueno ahora estoy tomando un calmante con antiinflamatorio, y me están tratando a través de un método especial para alinearme la columna. Es el método de un médico que estuvo con los monjes tibetanos y aprendió una técnica para movilizar las vértebras. El adormecimiento de mis brazos se está calmando y, además, practico yoga. Entonces, mi vida gira en torno al teatro, las nenas, el colegio, el yoga. Son muchas cosas, pero estoy contenta porque me encuentro en un momento de decisión, pues tengo dos propuestas buenas para conducir un programa como “Tendencia” y ser parte de una ficción, que intuyo es hacia donde va mi carrera. Por suerte el año arrancó bien.
—¿Es consciente de que es un referente para muchas mujeres?
—Es algo que percibo en el día a día, porque las mujeres se me acercan y me piden consejos. Aun más cuando estaba haciendo “Catherine 100%”. A pesar que el ciclo terminó hace dos años, todavía me piden consejos acerca de cómo tratar la celulitis o quieren saber quién es mi dermatóloga. ¡Y yo me veo vieja! Padeciendo sus mismos problemas.
—Su nivel de autoexigencia debe de ser alto, porque su imagen dice lo contrario.
—Tengo mis arruguitas. Pero estoy feliz con ellas y con todo lo que me está pasando. No me privo de los placeres de la vida, pero también trato de cuidar el cuerpo, y cuando me veo en el espejo también me doy cuenta del esfuerzo que requiere mantenerme así. Todo implica un esfuerzo, nada es gratis.
—¿Qué le diría a la mujer que desea verse bien?
—Es mucho esfuerzo y tiene que ver sobre todo con la voluntad y la constancia. Porque, a veces, la gente dice: ‘Tengo la necesidad de verme mejor’. Y yo les digo: ´Hay que empezar por comer más sano, tomando más agua, que son cuestiones básicas. Y hacer actividad física. Todo eso mejora tu piel, tu ánimo y si estás bien por dentro, estás bien por fuera´. Entonces, son cosas que me gusta transmitirle a la mujer.
—¿Cómo concilia la Cathy trabajadora con la madre y esposa?
—Hay que rodearse de gente idónea. En mi casa tengo dos mujeres maravillosas que me ayudan. Esa es la clave para que mi casa funcione. A ellas les doy lo más sagrado que tengo: mis hijas. Además, hago las compras en el mercado cada vez que puedo, entre otras tantas actividades. En mi trabajo tengo a mi asistente, Silvia Alperowicz. Si mi vida fuera más sencilla, seguramente, con una persona en mi casa bastaría. Pero eso es para las mujeres que tienen otro tipo de vida, que no es la mía.
—¿Y de qué manera mantiene la pasión en la relación de pareja?
—Primero, te tienes que querer tú misma. Cuidarte, querer estar bien para ti, en primer lugar, y después, para el otro. Veo a mi marido, y me sorprendo. Es un hombre que tiene miles de obligaciones, pero nunca deja de hacer ejercicios. Se cuida un montón en las comidas. Lo veo bien y me produce admiración. Eso significa que él se quiere y no es un dejado. Mi marido es una pinturita. Y como yo siento que me quiero y me cuido, hay una cierta atracción y pasión.
—¿Cómo incide el paso del tiempo?
—A medida que pasan los años son distintas etapas, miradas, profundidades con las que nos relacionamos. Con “Ova” veo siempre una película que se llama “Nuestro amor”, y a nosotros nos ha pasado de todo. Tuvimos momentos buenos, malos, de risa y de llanto. Entonces, cada vez se vuelve más intenso y más profundo.
—¿Es el hombre de su vida?
—Hoy por hoy, sé que no sería feliz ni amaría a alguien tanto como lo amé a él. A nadie. Suponte que mañana se terminara nuestra relación, Dios no lo quiera, pero nunca amaré a nadie como lo amé a él. Porque él descubrió a la Catherine, aquella que llegó a la Argentina y que a mí tanto me gusta, y que hoy ya no está. Pero con él sigue viva y seguirá estándolo. Si él se fuera de mi lado, esa Catherine de hace quince años se iría con él. Entonces, eso es muy valioso y le da otra profundidad a la relación. Lo que sí cuidamos es nuestra individualidad, el respeto por el otro, la relación íntima, porque tiene que haber encuentros sí o sí.
—¿Cómo propician esos espacios?
—En las vacaciones en ese sentido fue un desastre porque había niños levantados a cualquier hora por todas partes hasta las tres, cuatro o cinco de la mañana. Lo menos romántico son las vacaciones en familia. Mi marido es de los que se ingenian para una noche romántica. Me lleva a una especie de palacio donde me preparan una cena. Muchas veces con complicidad de sus hijas, que se esconden. Por ejemplo, cuando me hizo una cena en el balcón de casa. Encarga sushi y pone velas en la ventana de nuestro cuarto. Tienen que existir esos detalles. Nosotros en la semana nos obligamos a tener un encuentro, si surgen más, chévere! (risas).
—¿Qué lugar ocupan sus hijas?
—Ellas son nuestra vida. Con el Ova hablamos un montón de ellas y tratamos de estar atentos a sus necesidades. Ocupan una parte muy importante en la relación.
—¿No anhelan darles un hermanito?
—Lo estuve buscando a los 40, y creo que en ese momento no estaba preparada para eso. A veces me viene a la cabeza ese tema. Con Ova deseamos tener un varón. Muchas noches desperté después de soñar que tenía un bebé. Es algo a lo que todavía no le cerré la puerta. Así que mantengo encendida la llama de la ilusión.

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